sábado, 6 de junio de 2009

La sinfonía salvaje - cuarto movimiento



Lluvia y Amapolas


Eran otros días y venían de la tristeza con el sello de las sombras,
rumiando lentamente su bollo de recuerdos bajo los árboles
/solitarios,
pasaban también por la sabana gris, bajo las noches lentas,
con sus vacunos pasos, con sus balantes reumas.

Y entonces nacía la lluvia, primero con su infancia de lloviznas,
con su rostro de no se puede, con su mirada cándida,
velando la distancia, llenándola de titilantes lágrimas,
remotamente, en un apacible exilio de cegueras llegando.

Y en ese marco de paz, de pronto oíamos la fusilería de mayo,
la explosión repetida de gardenias inmensas
y la sombra avanzando por el este sobre calzadas de nieblas
y el terror apoderándose, posesionándose del mundo.

Era el acabose de la lluvia totalizando las distancias
y los árboles danzando bajo el tamborerío
y una fiebre en los cristales y el galope sombrío de las horas
como pelotones de ríos tamizados por los cielos.

Así empezó el desorden del caos en las alturas
y la visibilidad de la tristeza desnudándose en las sombras
y el rasgueo tunicante de la luz como guitarras de diamantes
y empezó la tristeza a abonarnos como la madre soñada
/de la infancia.

Aquí seguía el tumulto gris, los claro-oscuros lamparazos,
los hachazos de mayo incendiando las palmeras
/y hendiéndolas en dos,
cada quien enroscado en su sofá reminiscente
y allá, creciendo entre los ríos, la luz de la amapola.

La secreta risa que duerme bajo la hora más solemne,
esas ganas de reír que nos asaltan mirando los muertos;
lo cómico que hay en la farsa dolorosa de la tragedia humana
nos asaltó de pronto al mirar las amapolas en la lluvia.

Verónica inmensa sobre la cruz de las montañas,
un Cristo crepuscular llevaba su gólgota viajero
y entre el velo — la seda recién tejida de la lluvia—
nos ofrecía —temblando sus lejanas manos— el rostro
/ensangrentado de las amapolas.

Cuando vuelvan los días de la tristeza con sus chinelas de
/espumas,
cuando crucen a nuestro lado desgarrando sus túnicas insignes,
cuando el mundo nos parezca abandonado por el dios de las
/piedades,
pensaremos solamente en la amapola permaneciendo diurna.

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